El tesoro de E

Con orgullo E... mostraba la navaja que había heredado de su abuelo. Exclamaba con la vehemencia que puede tener un chico de doce años frente a sus amigos. Los niños que antes jugaban en la calle del pueblo, ahora se habían juntado alrededor de E..., éste les contaba a sus amigos que su abuelo la había recibido como regalo de un extranjero agradecido por salvarle la vida cuando estaba al borde de un risco. Ya que no podía cortar una cuerda mientras se aferraba con ambas manos, y el peso que le colgaba en la espalda ya parecía haberlo vencido.

Todos miraban aquel objeto; para un niño, estas cosas tienen un atractivo increíble. Después de todo, un tesoro en una caja y una historia asombrosa detrás despiertan la imaginación y el deseo de aventura. Mientras cada uno hacía observaciones de la hoja, de la madera, de la inscripción, divagaban sobre su procedencia, imaginando países lejanos, artesanos en las montañas, y todo lo que un niño puede pensar sobre el origen de un tesoro. E...., feliz y orgulloso de lo que mostraba, se quedó admirándola hasta que todos volvieron a sus juegos.

Contemplar esa navaja y el paso del tiempo, recordar a su abuelo, era todo tan cautivador; las aventuras que evocaban lo transportaban a los tiempos en que, de la mano de su abuelo, escuchaba sus historias mientras caminaban por el campo. Parecía hacía tanto tiempo eso, pero no había pasado más de un año desde que él se fue. Aún recordaba su voz y la vez que, junto con esa navaja, le contó la historia de cómo llegó a sus manos.

 "Mira, E..., te voy a mostrar un tesoro que tengo. Ya estás más grande y ahora puedo enseñártelo". Abriendo un cajón, sacó algo envuelto en un paño, quitó el paño y le mostró una caja que se veía antigua. La abrió y en el interior había una hermosa navaja. Los ojos de E... se iluminaron, después de todo, ¿qué puede ser más asombroso que te enseñen algo como un tesoro sacado de una caja? Su abuelo se la pasó. E..., emocionado, la tomó en sus manos, acariciando la madera, viendo el brillo del metal, sintiendo el peso. Ambos estaban en silencio, contemplando el objeto. Para E..., se trataba de un tesoro descubierto; para su abuelo, una historia que ahora le iba a contar.

Mientras E.... admiraba la navaja y la escena del descubrimiento se desvanecía, sus recuerdos empezaron a llenar el espacio y casi podía oír la voz de su abuelo contando la historia de la navaja y cómo había salvado la vida de un hombre hacía ya muchos años atrás.

 "¡Ayúdenme! ¿Hay alguien ahí?" Con todas sus fuerzas un hombre mayor gritaba, gritaba pidiendo ayuda, y justo ahí, casi al borde de la muerte, el abuelo de E..., que lo había oído, corrió hacia donde se oían los gritos. "Por favor," le dijo el hombre, "tengo una navaja en el bolsillo de la chaqueta. Sácala y corta la cuerda que me está tirando."

Hábilmente, el joven bajó por el risco unos metros, sujetándose como pudo, tomó la navaja y cortó aquel peso que arrastraba al hombre. Finalmente liberado, el hombre pudo descansar, luego el joven lo ayudó a subir, y así, rendido y recuperando el aliento, le dio las gracias al joven que tan providencialmente había estado en aquel lugar y lo había salvado de una muerte segura o por lo menos de una gran caída que no habría terminado mucho mejor.

 "Hola," le dijo, extendiendo su mano al joven, "me llamo D... ¿Cómo te llamas tú?" - "R..." respondió el abuelo de E... Y así empezó una conversación que duró casi el resto del día. Se contaron sus historias, a veces en tramos extensos y en otras más resumidos. El hombre, ya mayor, le habló de su decisión de tomar posesión de una tierra que incluía ese risco en el que casi había muerto. R... le contó de su vida, de cómo no tenía casi nada y que había salido a buscarse la vida donde pudiera, trayendo consigo solo el deseo de salir de la escasez en la que había vivido desde que tenía memoria.

 También le contó de su madre, quien aparentemente había vivido en las mismas condiciones. Ella ya no estaba y era lo único que lo ataba a aquel lugar, por eso su partida marcó el inicio de su propia partida. Le contó que después del entierro de su madre, sin mirar atrás y con lágrimas en los ojos, se fue.

 Ambos guardaron silencio; las historias se mezclaban en sus pensamientos y el día seguía, aunque el momento pareció detenerse. "No creo en coincidencias, R...", dijo D..., "Quizá todo esto tuvo que suceder, incluso casi caer del risco." Extendiendo la misma navaja que antes lo había salvado, le dijo, "¡Tómala! Es tuya. Espero que con ella recuerdes el día que conociste a un amigo, es decir, si quieres serlo. Y si es así, ayúdame a trabajar esta tierra, que como ves es grande y necesitaré la ayuda de alguien como tú." Así nació aquella singular y particular amistad que duró muchos años.

 Esa era la historia que E... había escuchado la primera vez que su abuelo le mostró aquella reliquia. Para E..., todo era tan vívido, y siempre le pedía a su abuelo que le mostrara ese tesoro en la caja, aunque nunca pudo saber si era la navaja o la historia lo que más le gustaba. Quizá se mezclaban las dos cosas, pero lo que sí estaba seguro es que los tiempos compartidos con su abuelo eran algo que atesoraba profundamente y que extrañaba cada vez más.

 A medida que crecía y los años pasaban, la vida de E... parecía perder parte de su encanto. Los días transcurrían sin cesar en los pensamientos de la gente; todos los días parecían iguales, sin rumbo y bucólicos. Para E..., todo esto era asfixiante; todo parecía carente de sentido y dirección. ¿Quién era él ahora? Los nombres ya no significaban nada, y tratar de encontrar en ellos alguna explicación era inútil. Así corrían los pensamientos sin parar, y así, como si nada, ese día había tomado nuevamente el regalo de su abuelo. Le hacía tan bien recordarlo. Así, mirando el mar y buscando sin saber qué, se quedó un largo rato, seguramente cuando lo encontrara lo sabría."

"Veo que aún la conservas", comentó A..., señalando la navaja. Mientras se sentaba a su lado y le daba una palmada en el hombro, le dijo: "Me acuerdo de la primera vez que la mostraste y cómo alucinamos todos al verla". Añadió esto con una sonrisa. "Nos encantó tanto que todos queríamos una igual", recordó, mientras se perdía en los recuerdos de aquellos años de infancia compartida con E... y el resto de sus amigos. "¡Qué tiempos! ¡Buenos tiempos!", exclamó con cierta nostalgia, y se quedó en silencio, acompañando a su amigo durante un rato.

Después de unos momentos de silencio, E... respondió: "Sí, me acuerdo de ese día. Es tan especial esto... lo más tangible que me queda de mi abuelo. Lo demás son sus recuerdos y sus historias. ¡Cuánto lo extraño! Me hablaría de la vida y de tantos errores a evitar. Me abrazaría y me diría que todo va a estar bien". Su voz se quebró al recordar aquellos momentos compartidos con su abuelo, aquellos abrazos reconfortantes que tanto echaba de menos.

"Le cambié la madera", dijo E..., "ya estaba vieja y quebrada, la saqué de un árbol que mi abuelo plantó. Le cambié la hoja que se había quebrado, la tomé de otra navaja que mi abuelo nunca usó y que era del mismo tamaño." Mientras hablaba, su voz se llenó de orgullo y nostalgia al recordar aquellas pequeñas acciones que lo conectaban con su querido abuelo, aquel vínculo intangible que seguía presente.

"Pero entonces", dijo su amigo, "¡ya no es la misma navaja!"

 "Tal vez", respondió E...", pero el árbol lo plantó mi abuelo, la hoja era de mi abuelo, y el recuerdo de él sigue conmigo, al igual que sus historias. Puede que no sea la navaja original, pero conserva el espíritu y el significado de lo que representa para mí".

 ¡Todo va a estar bien!, respondió su amigo, y tocándole el hombro lo dejó solo allí contemplando el mar que miraba hacía horas.

 Ya comenzaba a atardecer y hacía un poco de frío. E... lo habría notado si no hubiera estado tan concentrado en sus pensamientos. Un poco más reconfortado, miró por última vez la navaja, luego la guardó en la antigua caja. "La guardaré", pensó E..., "tal vez algún día tenga un nieto con quien pueda compartir este tesoro y muchas historias". No pudo evitar sonreír al pensar en esto, ni siquiera tenía hijos. Se paró y contempló el atardecer. Parecía que todo iba a estar bien.

3 comentarios

  • Muy buena historia, emotiva y memorias que llevan al lector a otro tiempo.

    Julio Navarrete
  • Muchas veces, a los que sentimos una atracción inexplicable por las navajas y las linternas, nos hacen en repetidas ocasiones la misma pregunta; " que ven en aquellos objetos? " y es difícil de explicar. La verdad es un tipo de atracción innata sumada a recuerdos de buenos o especiales momentos generalmente de niñez, ligados directamente a estos objetos…
    Todos tenemos un E dentro de nosotros, algunos recuerdan con una navaja en la mano, otros con una linterna, otros con una foto y así de muchas formas…
    Recordar es la base para vivir …..
    Buena historia estimado …

    Francisco leiva
  • Que historia y que recuerdos de la infancia de E, que lo unia a su abuelo.
    La navaja, en esa vieja cajita, un tesoro, que le salvo la vida a una persona:) y que se quedo en el recuerdo de E. Por largo, largo tiempo.
    Buena historia:)

    Lety

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