Más allá del color
No me gusta pintar, no sé por qué me pasa eso. Tal vez sea porque, aunque al final algo tenga un color nuevo o renovado y se vea tan bien, el proceso me parece tedioso. Desde elegir el color hasta buscar los materiales y despejar el lugar, todo parece demasiado. Me cuesta disfrutar del proceso, pero había que hacerlo. El interior de la casa necesitaba urgentemente un nuevo color para recuperar la vida y ofrecer un nuevo aire. Así y todo, a pesar de mi renuencia, había que ponerse manos a la obra.
Desde el colegio, era evidente que mis dotes en las artes plásticas no eran mi fuerte. Realizar trabajos de arte siempre fue un desafío. Agradezco que los profesores reconocieran algún esfuerzo (debo confesar que tampoco era tanto), ya que las notas alcanzaban para aprobar. La combinación de colores siempre ha sido un misterio para mí; me cuesta recordar los colores primarios y, para qué decir, cómo combinarlos para obtener otros. Es una maravilla que mi esposa pueda distinguirlos tan bien y solicitarlos al ver un catálogo. La forma en que pide nuevos colores, utilizando un programa que muestra combinaciones, me parece fascinante, y los resultados siempre son asombrosos.
Como ven, les he dado un poco de contexto para que entiendan lo que significa que había que pintar la casa por dentro. Es una tarea en equipo, claro, pero no es de mis preferidas. Sin embargo, hace un tiempo nos hicimos amigos de una persona que se dedicaba a pintar; era su trabajo. Así que hablamos con él y, con su guía, compramos los implementos necesarios, obviamente con el color que mi esposa había escogido. Había colores distintos para el living, la cocina, el cielorraso y las habitaciones. En realidad, no me preocupaba tanto; ella siempre sabe qué color va en cada lugar. Además, con nuestro amigo experto a nuestro lado, empecé a disfrutar del proceso.
Llegó el día de empezar. Hubo que correr los muebles, poner plásticos en los pisos, y se armó el caos que siempre se provoca en las remodelaciones o en este tipo de trabajos. Con todos los elementos dispuestos, nos pusimos manos a la obra. Bueno, yo era un ayudante que conversaba mucho y preparaba café; nuestro amigo trabajaba de forma tan fluida que me preguntaba si, al final, el trabajo no era tan complicado y si solo era yo quien me estaba limitando. Con decisión, tomé un rodillo y empecé con la tarea. Como se imaginarán, no me salía igual. La práctica hace al maestro, pero también hay quienes tienen no solo la práctica, sino también el talento, y este era el caso de nuestro amigo.
Empecé a observar la técnica que usaba y la velocidad fluida con que pintaba. Siempre da gusto ver a alguien que no solo realiza bien una actividad, sino que también la disfruta. En el silencio de su concentración, lo dejaba trabajar, para volver más tarde y ver cómo iba combinando el ambiente. Se veía todo más luminoso; un nuevo aire invadía el lugar. Después de todo, pensaba, qué bueno que a mi esposa se le haya ocurrido pintar la casa.
Así, sin contratiempos, pasaron unos días. Entre dejar secar la pintura, se percibía el olor característico, pero todo avanzaba bien. El tiempo era soleado y ya solo faltaba una habitación.
Aquí tengo que mencionar que los colores estaban preparados y tenían un código específico. Sin embargo, me di cuenta más tarde de que no se había escrito el nombre de los colores, ya que eran combinaciones y solo tenían códigos en la tapa. Mi esposa no estaba, y al tener que pintar la última habitación con dos colores, surgió la pregunta: ¿cuál color se usa en cada pared? Ahora imaginen mi preocupación al tratar de distinguir cuál debía ir en cada lugar. Mis temores infantiles regresaron, recordando las clases de artes plásticas con la témpera de doce colores. Un suspiro de alivio me invadió al recordar que estaba con nuestro amigo.
Con toda confianza, me acerqué a él y le pregunté: “¿Qué colores son estos? Necesito saber cuáles debemos usar para empezar a pintar las paredes”. Tenía los nombres escritos en los bocetos que había hecho mi esposa. Mi amigo me miró, y con un semblante serio pero algo cómico, me respondió: “No lo sé, ¡soy daltónico!”.
Nos quedamos mirando unos instantes y luego comenzamos a reírnos durante un buen rato. Ahora lo consideraba más un genio al pintar; un pintor daltónico es alguien que se ha superado a sí mismo. Me gustó que hayamos empezado a ser amigos.
Ahora pienso en los momentos de cambio que a veces queremos evitar y que, al final, traen cosas buenas. La casa quedó estupenda, el ambiente es más acogedor y está lleno de vida. El entusiasmo de mi esposa me contagió finalmente, y ver el resultado valió la pena totalmente.
A través de esta experiencia, aprendí que salir de nuestra zona de confort puede conducir a sorpresas gratificantes. La colaboración transformó una tarea que inicialmente consideraba tediosa en una valiosa oportunidad para fortalecer la amistad y disfrutar del proceso de cambio.
JRN